septiembre 10, 2006

Regalo de despedida

Miércoles 10 de septiembre de 2001, siete de la mañana. Papá y yo descansamos antes de iniciar la nueva cotidianidad en la que de pronto nos vimos envueltos.

Suena el teléfono, ambos despertamos y levantamos la bocina. Yo, adormilada, solo alcanzo a escuchar la conversación:

– Si?
– Buenos días, ¿está Laura?
– Está descansando, ¿quien la busca?
– Soy la enfermera de su mamá. Me pidió que bajara y le llamara para decirle que la desea feliz cumpleaños, que está muy orgullosa de ella y que la quiere mucho.

Cuando colgué, me di cuenta de que no era un sueño, que ese año no me despertaría con “Las mañanitas” a todo volúmen, que no habría abrazo en mi cama ni regalo ni comida favorita ni bailes jaloneados entre las dos.

Pasé todo el día en el hospital con ella. Antes de irme me abrazó y me dijo: Feliz cumpleaños, te veo mañana.
Al siguiente día no podia hablar mucho, solo me dijo que las torres gemelas se habían caído. Lo vió en la pequeña tele que Charo nos había llevado. Al irme ya casi no podia hablar, pero cuando me acerqué a despedirme me jaló hacia ella me dió la bendición y un beso. Sorprendida la mire y recordé cómo un año antes, mi abuela, su madre, en su última noche y en medio de su delirio, se levantó, nos miró y nos dió a ella y a mi la bendición. Sólo a ella y a mi. Empecé a caminar y cuando estaba en la puerta, su estado empeoró y quise regresarme, pero con señas me dijo que me fuera. Gloria mi hermana me dijo que no me preocupara, que me fuera a trabajar y me llamarìa por cualquier “maldita” cosa.

Al siguiente día llegué a verla a las once de la mañana, como desde hacía tres meses lo venía haciendo. Cuando llegué al cuarto me quedé parada en la entrada viendo como la ciencia peleaba contra la divinidad, mientras Gloria lloraba desconsolada en las escaleras. Me quedé helada frente a la puerta llorando y supe que ella ya no estaba, que de la misma forma que lo hizo mi abuela con ambas un año atrás, ahora era ella la que se había despedido el día anterior.

No quiso que me quedara esa tarde del 11 de septiembre, ahora entiendo que fue para que no viera como se empezaba a ir. Después de 5 años sin ella, comprendo que su regalo de cumpleaños me lo dió esa tarde del 11: su despedida y su bendición.

Sé que algún día vendrá a visitarme y se hará presente en el aire con aroma de alguna flor. Ella y yo descubirmos que Rosario, la abuela de Palmar, vino a visitarme en un cumpleaños: dejó su aroma de violetas por todo mi cuarto. También sé que volveremos a vernos, mientras tanto, la abrazo en mi corazón cada mañana; y muy especialmente hoy, que cumplo 30 años y que mis hermanas y mi padre han contado lo feliz que se puso al saber que esa gastritis mal diagnosticada, en realidad era una niña enorme de 3 kilos y medio que los levantó una madrugada como ésta para cambiarles la vida. Recuerdo que cuando era niña me gustaba que me contara una y otra vez cómo fue el día que nací y siempre terminaba diciendo que había llegado a darle alegría a la casa. Cierro los ojos y nos veo contandome una y otra vez la misma historia; siento el abrazo con el que sellaba cada desgastado relato y veo sus ojos, y su sonrisa... todo cambia.

Hoy es un día especial, cumplo 30 años y quise regalarme su recuerdo.

Buenas noches. Buena vida. Buena muerte. Feliz cumpleaños.

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